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jueves, 14 de marzo de 2019

No es oro todo lo que reluce

Este blog agradece siempre las aportaciones de todos los amigos y del Comité de expertos. En este caso, reitero el agradecimiento al amigo Javier que nos regaló estas conchas en uno de sus magníficos cursos a los que siempre acudiremos para seguir aprendiendo de él y con él.

Foto: V. Aparici 
Pero lo que parece un simple molusco bivalvo, no lo es ni por asomo. De hecho, no es ni un molusco.

Pertenece a otro grupo de animales invertebrados muy poco conocidos: los braquiópodos. Concretamente, se trata de una terebrátula conocida en los ámbitos más cultos como Gryphus vitreus.

Si nos fijamos, las dos valvas no son iguales (cosa no tan rara en algunos bivalvos), aunque sus dos valvas son una inferior y otra superior frente  a las de los bivalvos, que son laterales (izquierda y derecha). Si nos fijamos un poco veremos un agujero en la concha superior.

Esta similitud se debe a un fenómeno bastante común: la convergencia evolutiva. Es decir, cuando dos estructuras (las conchas de ambos grupos faunísticos) han evolucionado independientemente de estructuras primitivas totalmente diferentes y se asemejan en forma y función.

Pero volvamos a este peculiar grupo que presenta en su interior un órgano exclusivo: el lofóforo que se sitúa enrollado dentro de las valvas.

Son animales bentónicos, se fijan con un pedúnculo al sustrato o se entierran formando galerías gracias al movimiento de sus valvas, como podéis ver en el dibujo siguiente.

Autor desconocido. Popular Science Monthly 31 (1887)

Estos animales tuvieron su esplendor en el Cámbrico inferior, hace unos 570 millones de años, y os vuelvo a sorprender si os digo que muchos de los bívalvos fósiles que guardáis en algún rincón de casa son terebrátulas. Haced memoria con esta imagen.

Ejemplares fósiles de Terebratula maugerii (Boni, 1933). Mioceno Superior de Córdoba.

Texto corregido y revisado por laerrataquemata.com



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